—Dave, ya puedes acompañarles —le ordenó el director volviendo hacia su mesa.
El conserje de la Ónix se acercó a donde estaban y les estrechó la mano mecánicamente. Les miró sin mucho entusiasmo y retrocedió unos pasos, como si sus actos solo respondieran a las órdenes de su jefe. Brian pensó que trabajar horas de conserje en aquella empresa debía de ser algo tedioso, la reacia actitud del muchacho no le dejaba pensar en otra opción.
—Encantado —les dijo segundos después—. Seguidme, os guiaré de nuevo hasta la salida.
Brian no lo creyó necesario, pero al menos el chico se sentiría útil en aquel lugar. Los hermanos Jackes se despidieron de Laguna, quien ya volvía a enfrascarse en los papeles de su mesa, y salieron del despacho. Dave les acompañó hacia la puerta principal con la misma rapidez con la que les había conducido hasta el despacho del jefe anteriormente.
—¿Ya sabéis por dónde empezar? —inquirió el joven antes de que abandonaran el edificio.
—Laguna nos ha dado algunas indicaciones —contestó Charlie, apartándose hacia atrás pues el conserje le había preguntado muy de cerca.
—Tened cuidado —les advirtió al instante y añadió—, uno nunca sabe en qué líos puede meterse. La Ónix trabaja con casos complicados.
Fue una advertencia siniestra, poco halagadora y soltada al aire en un tono de mala leche más que de preocupación. Dave se despidió con un simple adiós y los hermanos Jackes se alejaron del edificio teniendo la sensación de que el portero continuaba allí siguiendo sus movimientos.
—Creo que nos están poniendo a prueba —dijo Charlie.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó su hermano.
—Es nuestro primer caso y no todo el mundo vale para ir investigando pistas y encontrando a sospechosos —se explicó Charlie—. Seguramente nos tendrán bien vigilados para observar qué tal nos desenvolvemos.
—¿Sabes qué? —le interrumpió Brian mientras caminaban hacia el coche—. Empiezo a arrepentirme de lo que te dije ayer, me gusta este trabajo. ¿No te resulta realmente intrigante todo esto?
—En busca de una joven desaparecida sin más pistas que una dirección —recapituló Charlie frunciendo los labios—. Qué quieres que te diga, me asusta un poco todo este rollo, ya estoy viejo para esto.
—¿Y qué esperabas?
—No sé… Me hubiera encantado ocupar la silla de alguno de esos investigadores de laboratorio… Esos no arriesgan el culo como nosotros a pie de calle.
—Bueno, a más seguridad más aburrido el trabajo, míralo por el lado bueno —intentó convencerle Brian—, a no ser que quieras renunciar…
—Nos hace falta ese dinero —destacó Charlie apesadumbrado—. Al menos trabajamos juntos en esto.
—Yo eso lo veo más como un suplicio… —ironizó Brian con una sonrisa medio oculta.
—Idiota. —Su hermano le ofreció una pequeña palmada en la cabeza, pero también sonrió.
Siempre estaban de pique. Y nunca se habían enfadado. Al menos no tanto como para considerarse un verdadero enfado. Suponían que estaban destinados a llevarse bien, después de que el destino les hubiera obligado a estar solos, el uno junto al otro. Salvo bromas, desacuerdos o malentendidos, no habían sufrido nunca ninguna brecha en su inquebrantable relación como hermanos. Aunque eso, como era de esperar, no duraría eternamente.
[…] Joseph Mercier […]