Un poco alejados, dos gatos se arrebujaban entre sí, bajo la sombra de un pequeño contenedor de basura que le quitaba algo de glamour al conjunto. Los hermanos Jackes bajaron del vehículo y comenzaron a andar lentamente sin quitarle el ojo al gran edificio que se hallaba inmerso al final de la calle en la más estricta soledad.
—Charlie, ¿estás seguro de que es aquí?
—¿Has visto muchos edificios como éste en Oddbury? Es aquí —le respondió con firmeza.
Las veces que los hermanos Jackes habían acudido a las entrevistas de trabajo, lo habían hecho en otro edificio en la ciudad de Londres. Allí residía la gran central de la Onice desde donde se coordinan las distintas actividades de cada una de sus empresas afiliadas, distribuidas por algunos puntos más conflictivos de Gran Bretaña. Una de esas filiales era precisamente la que ahora tenían delante de ellos, aunque la magnificencia del edificio superaba con creces la de otros lugares. Oddbury había conseguido un gran renombre desde que se comunicó públicamente la apertura de la empresa y, por los rumores que llegaban de la misma, los Jackes intuyeron desde el primer momento que representaba una gran oportunidad para ellos.
—¡Se trata de la Onice! —Charlie había demostrado un enorme interés después de las entrevistas en Londres, cuando les comunicaron que habían sido aceptados para integrarlos en la plantilla como trabajadores—. ¡Les han convencido nuestros expedientes! ¿Sabes lo que eso significa?
Brian suponía que esa alegría de Charlie había acabado arrastrándole y finalmente, en un abrir y cerrar de ojos, se había convertido en empleado de aquella empresa. Los hermanos Jackes habían estado trabajando los últimos dos años para el Departamento de Criminología de una empresa de investigación y habían estudiado fenómenos paranormales y algunos casos extraños en la ciudad de Londres, donde decidieron hospedarse durante una larga temporada. El hecho de que la Onice les hubiese abierto las puertas ponía en evidencia que la empresa había estudiado sus expedientes y, aprovechando que una de las filiales se situaba en Oddbury, los hermanos Jackes habían regresado felices nuevamente a la mansión de sus padres, para abandonar el ajetreo de la vida londinense.
Antes de atravesar la puerta giratoria de la entrada, ambos observaron un letrero metálico que colgaba de la pared, donde se indicaba el horario de apertura y cierre del edificio. Al momento les atendió el conserje: un chico joven, solícito y eficiente, bien ataviado y con un color de piel más bien blanco. El muchacho lucía un cabello largo peinado hacia atrás que le dejaba al descubierto su rostro triangular en el que destacaban dos pómulos marcados y dos ojos marrones como si fueran dos granos de café.
Echó una ojeada por encima a unos papeles que llevaba en el brazo y comprobó que los dos visitantes que tenía delante suya eran los dos jóvenes que tenían cita con el director.
—Usted debe de ser Charlie y usted… —Desvió la mirada hacia Brian—. Su hermano, Brian Jackes ¿no es así? Síganme —les ordenó después de mirarles recelosamente.
A Brian no le gustó aquella mirada, pero la pasó por alto. El conserje de la Onice dio media vuelta y empezó a caminar con unos gigantescos pasos. Le siguieron por un largo pasillo lleno de puertas durante unos segundos. Detrás de cada una de ellas, podía oírse el revuelo de un gran número de personas caminando de aquí para allá, trabajando con sus ordenadores y lanzando órdenes. Al pasar por delante de una puerta abierta distinguieron una gran sala iluminada, repleta de mesas, archivadores, papeles y una multitud de personas dispersas enfrascadas en distintas labores.
El pasillo continuaba un poco más y cuando Brian comenzaba a pensar que se estaban acercando al fin del mundo, el hombre que les guiaba se detuvo en seco ante lo que parecía la última puerta. Un letrero bonito indicaba que se trataba del despacho de «Laguna Wise».
—Hemos llegado. —El hombre abrió la puerta e hizo un gesto para que entraran.
Ambos lo hicieron encantados. Era una sala muy espaciosa, iluminada por varias lámparas modernas y por la claridad del día que entraba a través de los ventanales. Lo primero en que uno podía fijarse era en la fila de cuadros que colgaba de la pared. Todos ellos retrataban personas trajeadas y elegantes que en un tiempo atrás habían estado al cargo de aquella empresa en otros puntos de Inglaterra. El fondo del despacho lo configuraba una hilera de estanterías modernas con todo tipo de archivos y libros ordenados alfabéticamente. También había unas escaleras de mármol blanco que daban acceso a una segunda planta, pero perdieron interés cuando los hermanos Jackes se cercioraron de la presencia del director de la empresa. Estaba sentado en una gran mesa de wengué. A sus espaldas tenía un gran corcho con multitud de notas amontonadas con chinchetas.
—Ya puedes marcharte Dave —le dijo el jefe al muchacho que les había acompañado hasta allí y al acto se oyó como se cerraba la puerta—. Buenos días —les saludó al instante levantándose de la silla—, ustedes deben de ser Charlie y Brian Jackes.
El hombre vestía un elegante atuendo y trabajaba con la cabeza erguida como una saeta. Su nariz alargada le dotaba de personalidad, aunque no tanto como el bigote que lucía debajo y que le había acompañado desde la adolescencia. Trajeado, con un buen peinado que revalidaba su alto cargo y dos ojos oscuros que no dejaban de moverse de un lado para otro para estar al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor, aquel hombre que tenían delante no parecía sino un retrato más, enmarcado y colgado en la pared, como el resto de antiguos jefes.
—Yo soy el encargado de todo esto, me llamo Laguna Wise —se presentó con rapidez, retirando el maremagno de papeles que había sobre su mesa. La mano parecía temblarle y los Jackes notaron que estaba nervioso o alterado, y seguramente no era por aquel primer encuentro con ellos.
—Buenos días —le contestó Charlie casi a destiempo.
—He leído los expedientes que me han remitido desde Londres —continuó Laguna con seriedad—, dos años en el Departamento de Criminología, tres casos resueltos en Londres, dos en Oxford y uno más en Bristol. ¿No es usted muy joven para ese currículum?
La pregunta iba dirigida hacia Brian. No había sido formulada con duda, sino con admiración, pero los hermanos Jackes se quedaron de piedra por la forma tan abierta de expresarse de aquel hombre.
—Bueno, la verdad es que si mira bien mi expediente verá que yo he trabajado un poco menos en el departamento, mi hermano entró primero y después me consiguió un hueco. Mis estudios y conocimientos de criminología les convencieron —se explicó al momento.
—He de admitir que estoy bastante impresionado, pero ahora esperaré grandes resultados por su parte. Y tenemos un caso bien jodido por delante —les avanzó sin tapujos. Su tono de voz no le contradecía lo más mínimo.
—Intentaremos hacerlo lo mejor posible —asumió rápidamente Charlie.
Laguna quedó satisfecho con esa respuesta y tiró los hombros hacia atrás para mantenerse erguido en su asiento.
[…] Joseph Mercier […]