La tragedia familiar
Knowsville era un pueblo con historia. De esos lugares que en algún momento prosperaron por la abundancia de sus recursos naturales hasta quedarse sin ellos. Las minas de rubíes que albergaban recelosamente las montañas se agotaron. El pueblo dejó de ser el centro de varias multinacionales para convertirse en un rinconcito del mapa británico explotado, ahora, por el turismo. Se hizo famoso por sus valles y ríos, especialmente populares por una de esas leyendas que recorren siempre las pequeñas poblaciones. En Knowsville se contaba que uno de sus valles había desaparecido durante la época medieval, dejando en su lugar una solitaria llanura, y que el valle había sido anclado en el cielo por un terrible hechicero, lo suficientemente astuto como para dejar el reflejo de las montañas en las profundidades del río que bordeaba el pueblo. Y eran muchos los que vacacionaban allí solo para ver si era cierto. Y otros tantos los que regresaban desilusionados a sus casas.
La villa acabó entrando en decadencia a mediados del siglo veinte, convirtiéndose en un pueblo fantasma. Un puñadito de casas puntiagudas, una vieja iglesia, un ambulatorio, un ferrocarril y una multitud de bares, constituían el entramado del pueblo. Tal vez por eso, nunca nadie entendió por qué motivo la familia Jackes decidió alojarse allí, precisamente durante esos años de decadencia. Aquello no parecía importunarles lo más mínimo a los cuatro miembros de aquella familia. En Knowsville brillaba el sol como en cualquier otro lugar y conservaba el atractivo natural de la tierra que se abre al mar. Y eso era suficiente.
La familia Jackes trató de presentarse a la observación general como cualquier otra familia del pueblo; no obstante, sus habitantes no la consideraron para nada común. Tom Jackes era un hombre alto y reservado, y a cada uno de sus gestos le acompañaba siempre su cuidado bigote. A esa elegancia respondía siempre su esposa Claudia, cuyo físico engañaba regularmente a los más observadores: la perfección de su cutis y la buena figura que enfundaba en cada uno de sus vestidos la hacían pasar por una jovencita de veintipocos años. En otras palabras: era la mujer más bella que el señor Jackes hubiese podido encontrar en todo el condado inglés.
El carácter solitario de Tom y las envidias que despertaba el atractivo de Claudia para el resto de mujeres casadas motivaron el primer rechazo social que se produjo en Knowsville. Además, aquel matrimonio guardaba secretos que ni la vecina más dicharachera hubiera podido sonsacarles. Desde su incomprensible llegada, los sucesos extraños se originaban con mayor frecuencia de lo que nadie hubiese deseado. Los días iban pasando y llegaban semanas en las que los Jackes no daban señales de vida, días en los que la luminosidad del cielo se desvanecía durante apenas unos segundos, o días en los que, si estabas atento, podías ver destellar colores por la ventana de la habitación. Era el gran misterio de la familia Jackes.
Los dos hijos que conformaban el seno familiar no se salvaban de estas peculiaridades. Con tan solo tres meses, Brian, el hermano pequeño, había desarrollado una capacidad de entendimiento que hasta el niño más superdotado del planeta habría envidiado poseer. A su corta edad, era capaz de comprender las conversaciones que se establecían a su alrededor, aunque nadie que lo hubiese observado lo habría podido adivinar, lo cual era toda una suerte porque aquello habría acabado definitivamente con la reputación familiar.
Además, solía ocurrir que los diálogos que intercambiaban sus padres despertaban la curiosidad de todo ser vivo que anduviera lo suficientemente cerca. A veces, las arañas se descolgaban del techo buscando sus palabras. Y Charlie, el hijo mayor, solía ser el destinatario de todos aquellos misteriosos mensajes. A menudo le reprendían para educarle y siempre salía a la luz la misma historia de siempre: «Debes ser un niño bueno, Charlie, ¡o vendrá el NoisyGhost!», le advertían. Sus padres solían hablar de un don familiar, de un extraño poder que podía habilitarse a través de la mirada. Era como si detrás del mundo real hubiera lugares donde existe lo insabible, lo mágico, lo nunca visto; algo que ellos habían encontrado y que luchaban por mostrar a su primogénito.
Fue ese mismo misterio que envolvía a la familia lo que explica que a nadie le afectara demasiado la muerte del señor y la señora Jackes. Podría decirse que los habitantes de Knowsville esperaban y algunos incluso deseaban aquel suceso: con el tiempo se habían ganado la desconfianza de la gente. La desgracia familiar fue, como era de esperar, un tanto peculiar, como cualquier otro asunto relacionado con la familia Jackes.
[…] Joseph Mercier […]