—No sé qué les habrán contado antes de llegar hasta aquí, pero la Onice funciona de forma diferente a otros departamentos en los que hayan podido desenvolverse. —Laguna revisó nuevamente sus expedientes que tenía impresos encima de la mesa y continuó su explicación—. La Onice se encarga de resolver crímenes provocados en circunstancias poco habituales y eso, como comprenderán, no es un objetivo fácil. Investigamos, nos documentamos y viajamos para solventar aquellos casos que no ha podido ultimar la Interpol, aunque también colaboramos con las autoridades locales en asuntos menores como es el caso actual. —Laguna se tomó su tiempo para coger aire y continuar con su presentación—. Seré claro: ahora estamos trabajando en la desaparición de una joven, aquí en Oddbury, que se produjo hace aproximadamente dos meses. Dada la cercanía del caso, la policía quiso que colaboráramos en este asunto.
—¿Una desaparecida? —repitió Charlie.
—Ese va a ser su trabajo —continuó Laguna—, deben investigar quién es el responsable que está detrás de esa desaparición. Han llegado en el mejor momento porque esta mañana ha contactado con nosotros un testigo que nos ha ofrecido nuevas indicaciones para el caso que nos ocupa. Nos dijo que había reconocido a la desaparecida hace unas semanas dirigiéndose hacia el número cinco de la calle Cambridge. Es un dato decisivo para esta investigación y deberán pasar por allí, por si hay alguna pista.
Esa fue la primera vez que Brian Jackes escuchó la palabra «pista» en boca del jefe, sin saber que a partir de entonces esa palabra se repetiría incansablemente allí donde fueran y, más aún, sin saber que su vida dependería de ellas. En el Departamento de Criminología más bien habían trabajado con «pruebas»; la palabra «pistas» era la impronta de la Onice.
Asesinatos, investigaciones, pistas… todo aquello había captado su atención, aunque no podía decirse que le agradara por igual el riesgo que iban a correr trabajando en ese círculo vicioso.
—No hay tiempo que perder —habló Charlie con la voz de la responsabilidad.
—¡Esperen! —les retuvo Laguna—. Hay más cosas que debo explicarles. Tomen sus tarjetas.
Laguna les entregó en ese momento un par de tarjetas de identificación personal en la que se recogía la foto de los hermanos Jackes y se les reconocía como empleados de la Onice.
—Tendrán que llevarlas siempre encima, en muchas ocasiones no podrán averiguar nada si no tienen la autorización necesaria. Esas tarjetas les abrirán muchas puertas —les aconsejó.
Los hermanos Jackes se guardaron las tarjetas, después de haberlas observado con ilusión, y siguieron a Laguna hacia las escaleras de mármol. En las ventanas serpenteaban las calles medio desiertas que conducían al pueblo y se veía avanzar a los pocos coches que abandonaban Oddbury para ir a las afueras. Allí a lo lejos debía de estar Knowsville.
Las escaleras de mármol les condujeron a una segunda planta no muy alta, que parecía casi la continuación del despacho. El mobiliario era similar al de una sala de estar y lo dejaron atrás para acercarse a una misteriosa puerta casi al final de la pared. Laguna les invitó a entrar. Sus dos nuevos empleados observaron estupefactos que acababan de meterse en una pequeña clínica forense. Armarios metálicos, mesas de autopsia y vitrinas de cristal ocupaban la totalidad de la sala y, allí donde miraras, potentes focos de luz lo iluminaban todo. Entre los pasillos, un par de hombres ataviados con batas blancas, guantes y mascarillas analizaban algunos cuerpos con máquinas de última tecnología.
—Sé lo que se estarán preguntando —dijo en ese momento Laguna, acercándose hacia un armario empotrado—. Estos cadáveres son algunas de las víctimas más recientes con las que estamos trabajando. Aquí realizamos las autopsias clínicas.
—Entiendo… —le siguió Brian pensativo.
—Respecto a la joven desaparecida, se llama Elvira Sims, vivía sola y trabajaba en un laboratorio. No tiene familia. La policía nos avisó hace unas semanas de que alguien había estado trabajando en ese laboratorio con varios productos de alto riesgo, pero la joven continúa desaparecida desde entonces. El caso se había estancado hasta que ha llegado esta mañana la declaración del testigo que les acabo de indicar en mi despacho.
[…] Joseph Mercier […]