Dos luceros, dos soles, dos rubíes.
Esa mirada que lo dice todo
y al tiempo no dice nada,
que guarda secretos y luces.
Que le dediquen tapices,
que le compongan canciones,
que mueran por ella,
que suspiren alientos de amor,
que estremezca a hombres, a poetas, niños y dioses.
Nada, nunca, por siempre más bello
que la mirada de una mujer.
Dulce en esencia, profunda
como un atardecer pintado,
Brillante como un sol sin sombra.
Perfecta como la sal.
¡Ay! Quién pudiera robar
la mirada de una mujer amada.
Quién pudiera poseerla
un instante.
Qué bella. Qué tierna.
Cuántos vivirán por ella.
Cuántos morirán.
Y ella eterna los seguirá hechizando.