Aquella hoja madura
cayendo en mitad del invierno,
vieja como un centenario,
en un susurro de viento,
muriendo en tierra de nadie.
Aquella hoja marchita,
fría y hostil, sin vida,
que la dejen morir,
que a todo principio sigue un final y
quizá pueda volver a brotar.
Aquella hoja adulta,
que prometía ser eterna,
y ahora cae silenciosa,
sin más sombra que la suya:
que caiga ya a tierra.
Que caiga y muera
la hoja vieja de ese viejo árbol.
Esa hoja que es nuestro amor,
ese amor que fue nuestro
y cuyo invierno ha llegado.