Rumbo a la desinformación

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oticias basura: apetitosas, baratas, rápidas y fáciles de consumir; y todo ello logrado a costa del rigor y la honestidad. Esa es la realidad de los medios de comunicación de la sociedad postindustrial: un mundo globalizado donde la actualidad queda reducida cada día a un lid y un titular; un mundo donde la opinión ciudadana es acaudillada por líderes de opinión; un mundo donde la primacía de los intereses políticos y económicos, rara vez por el bien común, aboca al engaño, a la desinformación y al silenciamiento de datos y hechos.

Parece innegable cada vez más la proclividad de los medios de comunicación a una tendencia política como estrategia comercial, que acaba desembocando en un periodismo publicitario del que solo se puede esperar una versión reducida y limitada de la realidad. Una prensa sensacionalista que rehuye de temas tabú y cae en la tentación de juntar opinión e información. Un periodismo que silencia y difama en su carrera contrarreloj por conseguir la mejor exclusiva, basada en el peor periodismo: el rumor. “Siempre que se pueda ocultar la invención, la noticia inventada es un producto con un gran valor añadido”, afirma el autor en su obra.

Los periodistas, conducidos por una desaforada esperanza de alcanzar la verdad, acaban privando de ella a la humanidad al situarse en el seno de la utopía. Los medios en la actualidad ya no son capaces de fortalecer las sociedades democráticas contemporáneas. Los códigos deontológicos solo son una coraza para ocultar la mentira, la censura y las rutinas de producción, y con ello se engaña a todo ciudadano que ha depositado sus esperanzas en el buen periodismo.

Hablamos de buen periodismo cuando los periodistas son narradores de verdades y no líderes de opinión disfrazados de poder; cuando los periodistas no están sometidos a la censura política, económica y religiosa; cuando informan con propiedad y documentación sobre cualquier ámbito de la actualidad sin caer en las garras subjetivas del editorialismo; cuando buscan y describen hechos objetivos colmados de interés social. Hablamos de buen periodismo cuando los periodistas luchan única y exclusivamente por destapar la verdad.

Afortunadamente, podemos volver los ojos hacia 1972 cuando Carl Bernstein y Bob Woodward desentramaron el caso Watergate, para demostrar que el buen periodismo no es una utopía más.

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