Todos trabajamos. Porque trabajar es inherente al ser humano, forma parte de su existencia, de su engranaje vital. Forma parte de una cadena que nada ni nadie puede romper: desde la insignificante hormiga, que arrastra hojas y trigo hasta su humilde morada, hasta el valiente león que busca su sustento en alguna apetitosa presa. Trabaja cada especie animal en la reproducción y cuidado de sus crías para sostener la evolución. Y no podía ser menos, trabaja el ser humano. Porque además de polvo y ceniza, somos especie. La especie humana.
Porque… ¿qué es trabajar? Trabajar es sencillamente usar nuestra fuerza e inteligencia en la consecución de un objetivo, independientemente de si esa acción está remunerada, independientemente de si es de nuestro agrado. Trabaja aquel que limpia su casa cada día, trabaja aquel que hace la compra. Trabaja el que cocina un plato y también el que cuida de sus hijos. Trabaja quien hace las leyes y quien las hace cumplir, trabaja quien hace política, quien controla la economía, quien informa al mundo y quien da la cara por su país. Y, por supuesto, trabaja quien lucha por ganar un salario.
Hay quien trabaja desmesuradamente de sol a sol y hay quien trabaja menos, pero al final todos sucumbimos al placer del trabajo. ¿Placer? Sí, el placer del trabajo bien hecho. Ese bienestar espiritual que se apodera de ti cuando acabas lo que empezaste. Cuando has acabado de escribir un texto, de montar un negocio, de amueblar tu casa, de ganar a un cliente, de instruir a un niño, de sonreír a la vida. Porque al fin y al cabo hasta sonreír es un trabajo. El trabajo de hacer feliz a la gente.
Y sí, todo trabajo, conlleva un esfuerzo y, al final, uno se gana su merecido descanso. Pero hay que saber encontrar ese equilibrio entre el trabajo y el descanso, sin olvidar que los límites siempre los vamos a marcar nosotros mismos: nuestras metas, nuestras aspiraciones, nuestros objetivos más ambiciosos. No podemos concebir una vida sin sosiego, pero tampoco una vida sin trabajo. Organizar nuestro día a día, nuestras tareas y obligaciones, nuestro porvenir… depende únicamente de nosotros. Somos dueños de nuestras propias riendas y nadie las manejará nunca por nosotros. Puede que nos faciliten el camino o puede que lo entorpezcan, pero la dirección que marca nuestra propia cabalgadura… esa depende de nosotros mismos.
Por eso es importante saber organizarse. En un mundo en el que cada día nos instan a trabajar más y más, uno debe fijarse sus propias metas, saber hasta dónde quiere y puede llegar. Entender que el trabajo no siempre es una obligación y que cuando lo es, siempre nos quedará el placer de hacerlo bien, el orgullo de haberlo acabado y la satisfacción del descanso final. Y por eso, cuando abramos los ojos y nos falten las ganas para ir al trabajo, pensemos que cada día nuevo vamos a dar un paso más en el sendero de nuestra vida: vamos a superarnos, a ser mejores, a ser personas. Vamos a ser futuro.
Trabajar y descansar; trabajar y descansar… Y posiblemente ese sea nuestro trabajo más difícil: el trabajo de equilibrar nuestra vida. Porque trabajar es algo más que cobrar mil euros cada mes. Es algo más que un madrugón o que un sacrificio. Trabajar forma parte de nosotros mismos. Trabajar es la expresión más genuina de la vida. Es lo que nos permite desarrollarnos como humanos, convivir en sociedad y dar sentido a nuestra existencia. Hoy podemos entender que el trabajo es vida. Y, sobre todo, que trabajo es cultura. Nuestra cultura.