Él quiere. Ella al principio no. Él comienza a hacer sus locuras, que solo son pequeñas huellas en un tránsito de amor. Y entonces ella se enamora, como el loco que se enamora de sí mismo, sin atender a otros indicios que no sean los pálpitos de su corazón. Historias que le ponen la piel de gallina al alma, que te hacen reír y llorar con sus protagonistas. Historias que parecen vividas dentro de la piel y a tiempo real.
Me pregunto por qué esa tendencia a hacer drama de las mejores historias de amor. Me pregunto por qué lo bonito va siempre seguido de un triste. Me pregunto qué hubiera pasado si Jack Dawson no se hubiera muerto entre los escalofríos del hielo. Qué hubiera ocurrido si Satine no hubiera perecido por la tuberculosis en su Molino Rojo. Qué hubiera pasado si la encantadora Allie no hubiera acabado olvidando a Noah por su demencia senil, si el espectro de Sam no hubiera tenido que cruzar el más allá tras acabar su misión o si la introvertida Jamie Sullivan no hubiera fallecido en manos de la leucemia. Empiezo a cuestionarme si los finales felices son la mayor utopía inventada por Disney.