A dos velas

Me cogió de la mano,
con la suavidad de la seda.
Me miró despacio,
como quien espía a su presa.
Me lanzó una sonrisa
a mitad, bonita y traviesa.
Me besó sin prisa,
como si acaso nada existiera.
Me dijo eres guapo,
y me mordió dulcemente la oreja.
Luego, marchó a lentos pasos
y allí me dejó a dos velas.
Una encendida en mi corazón
y otra puesta sobre la mesa.

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