ELLA

-¡Ah!-exclamó antes de salir del aula con su pequeño maletín de cuero, su libro de Shakespeare bajo el brazo y su elegante sombrero de copa sobre su repeinada cabellera gris-. Si alguien pretende abandonar la asignatura como el señor Hoffer, será mejor que lo hagan antes de que se cierre el periodo de matriculación. De lo contrario no podrán acogerse a otra asignatura.

Nadie dio muestras de querer abandonar la asignatura en aquel momento. Pero cuando llegó la clase siguiente, el número de alumnos se redujo a diez, Ethan y nueve chicas más. El profesor, al que había que dirigirse siempre con el apodo de Frost, tenía un carácter especial. Podía ser amable a ratos, desagradable a otros; podía hacerte sentir que era el mejor profesor del mundo y al tiempo que era un ser ruin; era capaz de engendrar en ti el sentimiento de gritar y otro tan diferente como el de sonreír a sus palabras. Ethan intuía que el profesor Frost conocía muy bien el poder del lenguaje, aquel del que les había hablado el día anterior, y sin duda lo practicaba día a día en sus clases. A pesar de todo, Ethan podía ver en su maestro una persona sabia y dispuesta a enseñarles todo cuanto sabía. Así que en ningún momento se planteó abandonar la asignatura. Él no.

-Verde, ¡que te quiero verde!-exclamó al entrar por la puerta.
-Verde viento. Verdes ramas-añadió apresuradamente una alumna de la clase alzándose de su asiento-. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Federico García Lorca, señor.
-Estupendo, señorita Stuart. Recuérdeme que le suba un punto en su calificación final-le dijo al instante el señor Frost mientras se aposentaba en su mesa.

Los alumnos ya se habían acostumbrado. El maestro aparecía por la puerta recitando los primeros versos de alguna célebre poesía y el afortunado que la conociese y la continuara recitando se ganaba un punto. Ethan frunció los labios. Conocía aquel último poema, pero su compañera había sido más hábil que él. Después de todo, quedaban muchas clases por dar y él aquel día ya iba a tener suficiente protagonismo. No había olvidado sus deberes. El maestro tampoco.

-Un gran día-sonrió el señor Frost, levantando un poquito más la cortinilla que cubría uno de los ventanales del aula. Detrás del cristal brillaba un sol radiante y se podía vislumbrar un paisaje maravilloso de jardines, montañas y árboles frondosos-. Ethan Graham, ¿está preparado?

El maestro formuló la pregunta mientras escrutaba el horizonte, sin previo aviso. Pero Ethan estaba efectivamente preparado y no se amilanó. Había estado cavilando toda la noche. Acertar con el señor Frost no era un asunto sencillo, cualquier poesía no podía valer. Pero él la quería sencilla y breve. Era difícil. ¿Más que si le hubiera propuesto una poesía larga y compleja? Ethan vaciló y no maldijo su suerte. Uno de los motivos de que estuviera allí era que desde siempre se le había dado bien escribir unos cuantos versos sobre papel. Para qué mentir, la poesía le gustaba. Era un hobbie maravilloso donde podía abandonar sus sentimientos más profundos; el papel se convertía en su aliado cuando sentía rabia, dolor o alegría y no tenía nadie con quien compartirlo. Era como un oasis en el desierto, como un buen vino en una noche de tormenta. Era increíble sentir cómo escribiendo toda esa tormenta de emociones podía aliviarte con la mera utilización de una pluma y una hoja en blanco.

Pero lo de aquel día era algo más, en aquella ocasión iba a ser juzgado. Su poesía iba a ser escuchada y no iba a quedar atrapada en un rincón de su cajón. Ethan se puso en pie y se adelantó hacia la mesa del profesor con paso diplomático. No hizo falta mirar de reojo, sabía que todos le estaban observando.

-¿Y bien, señor Graham?-añadió el profesor acomodándose en su asiento aterciopelado-. ¿Con qué nos va a deleitar?
-Se titula Siempre, señor-contestó firmemente su alumno.
-Una palabra muy prometedora, ¿dónde guarda el papel?-le preguntó acto seguido.
Ethan negó con la cabeza. Por un instante, no supo si había hecho mal.
-No traigo la poesía en un papel, señor. La recitaré de memoria.

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