ELLA

-Dos sombras en la copa… de un viejo árbol de mi casa… nunca se dan caza, pero siempre se buscan, enamoradas, como sombras enamoradas… como tú y yo… como dos almas hechizadas…

-No he oído nada más horrible en mi vida-espetó el profesor antes de que el alumno se cerciorara de que había estado leyendo su poema en voz alta-. La poesía no es solo rima, señor Hoffer. Si se deja arrastrar por palabras con terminación semejante, acabará haciendo de su texto creativo un texto infumable, poco ingenioso, poco elegante, sin sentimiento y sin sentido, como le ha pasado hace unos segundos. Casa, caza, enamoradas, almas, hechizadas…-el profesor apenas mostró esfuerzo para recordar todas las palabras que armonizaban el poema del muchacho-, palabras tan dispares unidas en una misma estrofa solo porque contienen la vocal “a” al final. No quiero una canción ni rimas insoportables odiosamente conocidas a lo largo de los siglos precedentes. Solo le pido un poema. Solo… las palabras justas para conmover el corazón de una dama o de un gentil caballero. ¿Lo ha entendido?

El aula entera había dejado de hacer sus cosas para atender al rapapolvo del profesor. Más de uno arrancó la hoja que había estado escribiendo hasta entonces para recomenzar su poema. Sin duda, todos habían recurrido a la rima. Eran pocos alumnos en aquella asignatura. Apenas quince. La mayoría eran chicas, tan apasionadas por el romance y la literatura poética. Solo había dos muchachos que habían elegido ser instruidos en aquella materia y uno de ellos era el que acababa de ser amonestado. No pasaron más de dos minutos para que todos entendieran que a partir del día siguiente serían catorce en lugar de quince. El señor Hoffer- apenas un muchacho de 18 años-, indignado por la perorata de su maestro, rompió su poema en cuatro trozos, los lanzó al aire y antes de que nadie se inmutara, ya estaba preparado con su mochila para salir del aula con una furia inaudita.

-Espero que entiendan que la poesía, la verdadera poesía, no puede estar en manos de cualquier sujeto-añadió el profesor amablemente, impasible ante la actitud de su alumno. Recogió los papeles que habían caído al suelo y los tiró tranquilamente a la papelera-. Las palabras son el mayor poder que hay en este mundo, jovencitos. Ni talismanes, ni varitas, ni ningún otro elemento fantasioso podría superar la grandilocuencia de una frase perfectamente construida. Con palabras podemos hacer llorar, suplicar, convencer, ilusionar, reír y, lo más importante, enamorar. ¿No es maravilloso?-el profesor soltó una carcajada de incredulidad, como si él mismo acabara de descubrir lo que estaba explicándoles-. Con tan solo cinco palabras podemos conmover el ánimo de quien nos preste sus oídos. No tendremos tiempo eterno, ese concepto mejor borrarlo de nuestra cabecita… brevedad y sencillez. Eso es lo que pido. ¿Me he explicado?

Los alumnos asintieron en silencio. Ethan era el único chico que quedaba en la clase. Miró a un lado y a otro y echó una mirada furtiva a cada una de sus compañeras. Solo una de ellas le atraía lo suficiente para abrirle su corazón mediante unos versos. Pero apenas la conocía de esa semana que habían compartido clase de 3P (Palabras de Poder Poético). El profesor pareció estar leyéndole los pensamientos pues no tardó en despertarle de su ensimismamiento.

-Señor Graham-lo llamó con una sonrisa amable-, espero que se sienta afortunado. Usted es el elegido para la próxima clase.

-¿El elegido, señor?-repuso él, sin acabar de entenderle.

-Quiero que en la próxima clase nos deleite con una poesía de las características que he mencionado hace unos instantes. Espero que no haya desatendido a mi explicación- Ethan negó con la cabeza. “Brevedad y sencillez”, recordó. Seguramente le había pillado distraído y había decidido ponerle a prueba para comprobar si realmente había estado atento-. No espero gran cosa, pero al menos intente ser capaz de que sus compañeras no despeguen los ojos de usted. Hasta mañana.

Al instante, sonó la alarma que indicaba el final de la clase. No se sabía cómo, pero el maestro siempre se despedía un segundo antes de que sonara la alarma y apenas consultaba su reloj de pulsera durante la hora que les impartía la asignatura. De hecho, Ethan nunca le había visto un reloj en las muñecas. Tampoco la clase contaba con un reloj de pared. Era como si una parte de su mente no dejara de cronometrar los segundos desde que comenzaba la clase.

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